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El péndulo chileno vuelve a moverse

La búsqueda de equilibrio del oficialismo y la disputa entre los candidatos de la derecha dominan la previa de la elección presidencial en Chile de este domingo.

El péndulo chileno vuelve a moverse

La búsqueda de equilibrio del oficialismo y la disputa entre los candidatos de la derecha dominan la previa de la elección presidencial en Chile de este domingo.

“No es mi estilo” repite Jeannette Jara cuando le consultan sobre el Presidente Gabriel Boric, de quien fue Ministra de Trabajo. Las campañas electorales siempre ponen en la primera plana a los dirigentes políticos que la disputan. En ese centro de la escena, Jara debió responder dos insistentes preguntas: si era la continuidad del gobierno actual y sobre su militancia en el Partido Comunista.

Jara no es candidata a la Presidencia de Chile por un dedazo, o por un consenso palaciego con encuestas en la mesa. En junio, ganó las primarias del frente oficialista Unidad por Chile con el 60% de los votos, triunfando en 340 de las 346 comunas del país. Además de su gestión como Ministra, logró hacerse un lugar en la política a pesar de -y no gracias a- sus orígenes como militante estudiantil de la popular comuna de Conchalí, al norte de Santiago. Eso, en una nación que suele reservar los lugares de mando a los sectores acomodados -de izquierda y derecha- también seduce.

Hoy, domingo 16 de noviembre, 15.800.000 chilenos están llamados a votar al sucesor de Gabriel Boric en un país que parece -y hago énfasis en “parece”- absolutamente diferente de aquel que lo eligió como Presidente.

Chile tiene un importante núcleo conservador en su sociedad que en algunas circunstancias es más visible que en otras. En 2019, miles de personas salieron a las calles a manifestarse contra un sistema profundamente desigual. Era el contexto de las promesas de reforma constitucional y de la elección de Boric como Presidente, dejando relegada de manera casi definitiva a la Concertación, la coalición de partidos de centro y centro-izquierda que lideró la transición democrática en el país luego de la dictadura de Pinochet.

Subido a una agenda que tomaría a la reforma constitucional como trampolín y programa político, la suerte del joven mandatario chileno quedó atada al fracaso del primer proceso constituyente. A tan solo 6 meses de su asunción, los chilenos rechazaban la nueva Constitución -redactada mayoritariamente por sectores de la izquierda- por casi el 62% de los votos.

Sin embargo, con el paso del tiempo es más claro entender cómo un país que vivió una revuelta popular impresionante le decía que no a la institucionalización de muchas de las consignas de las manifestaciones, a menos de un año de haber elegido como Presidente a un ex dirigente estudiantil de la izquierda chilena.

Si los manifestantes tenían un protagonismo y una visibilidad importante, hubo otros sectores que quedaron solapados, invisibilizados ante ese contexto, pero no por eso inexistentes. Era el Chile conservador que veía con preocupación las imágenes de vandalismo, de desafío a los símbolos patrios, de disturbios en las calles. Y el principal representante de esa contra-reacción fue José Antonio Kast.

Si en 2021 Boric sacó de la cancha a la ex Concertación, Kast golpeó con fuerza de nocaut a la centroderecha tradicional, agrupada en lo que fue el frente “Chile Vamos” que llevó dos veces a la Presidencia al fallecido Sebastián Piñera. “José Antonio”, como lo llama su militancia, nunca ocultó sus simpatías por Pinochet ni renegó de sus posicionamientos cercanos a la elite conservadora y religiosa de Chile. Por el contrario, acaparó ese sentimiento de reacción ante el descontrol que se había apoderado del espacio público. Pero lo más importante es que se dedicó a construir territorialmente su fuerza política, algo poco común al otro lado de la Cordillera. Bailecitos en Tik Tok sí, pero organización del Partido Republicano por todo el país, también.

Kast perdió con Boric en el ballotage de 2021 pero ganó en la elección de los constituyentes para el segundo proceso de reforma de 2023. Fue la primera vez que su partido tuvo una responsabilidad institucional. Se demostraba así que lo sucedido dos años atrás no era una casualidad, sino una irrupción hecha y derecha en el sistema político chileno, que dejaba atrás el bi-frentismo de las últimas décadas. La conducción del partido de Kast en la segunda redacción de la Constitución, que también fue rechazada y que enterró definitivamente la reforma prometida luego de la revuelta, “normalizó” a su Partido y dejó de ser el cuco de la ultraderecha.

Una de las máximas en la política y en el manejo del poder en general es que el vacío no existe. Alguien siempre lo ocupa. Ese apotegma se fortalece en momentos de volatilidad, de cambios estructurales, y de transiciones globales. Por esa razón, el lugar del ultraconservadurismo chileno, del que Kast tuvo que alejarse para mostrarse “presidenciable” fue ocupado por Johannes Kaiser.

Kaiser es una escisión por derecha del Partido Republicano de Kast. Su hermano, Axel, trabaja con Agustín Laje en la “batalla cultural” que impulsan ciertos sectores cercanos a Javier Milei en Argentina. Ya sea en la magnitud del ajuste o en las políticas migratorias, Kaiser se consolidó en la política chilena a partir de tensar las posiciones que Kast había dejado vacantes.

Como Chile es un país que demostró que lo viejo no muere fácilmente, la centroderecha “clásica” que gobernó con Piñera y que fue donante de gobernabilidad en algunos momentos de los gobiernos de la Concertación, también tiene su representante. Evelyn Matthei fue Ministra de Trabajo de Piñera y pertenece a la Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido más pinochetista de la derecha tradicional chilena. El clima de época también ordenó las jerarquías dentro de lo que fue Chile Vamos.

Sin embargo, Matthei no es ajena al grupo de poder que gobernó Chile y que fue parte de lo que la ciudadanía rechazó en la revuelta de 2019, además de mostrarse como alternativa de Boric muy tempranamente. Si se nos permite jugar un poco a las comparaciones, la economista sufrió un desgaste similar al de Horacio Rodríguez Larreta de cara al 2023: el ex alcalde porteño era número puesto para la Casa Rosada, pero el desgaste terminó relegando su candidatura a un lugar subalterno, incluso dentro de su propio partido. Aún así, sería un error correrla del juego.

La elección del domingo arrojará dos datos concretos: el nivel de apoyo duro que tiene el oficialismo y la candidatura de Jeannette Jara, y la resolución de la interna de la derecha. Todo indica -salvo una sorpresa, de las que son cada vez más frecuentes en América Latina- que Jara pasará a la segunda vuelta con el que logre imponerse en la oferta electoral conservadora.

Es en ese contexto que Kast busca consolidar su posición como hombre de Estado, Kaiser intenta moderarse y Matthei coquetea con la radicalización. “Cárcel o cementerio” repite la sofisticada economista, cuando se refiere a los delincuentes. Y es ese, y no la mera sumatoria de intenciones de voto, el principal factor que coloca a la derecha como favorita para estas elecciones.

Chile dejó de discutir -al menos centralmente- cuestiones económicas para enfocarse en el debate de la seguridad. Hace 6 años, los Carabineros -los “pacos”, como les dicen allá- eran señalados como los agentes de la represión a la protesta social. Hoy, los candidatos -Jara incluida- se pelean para ver quién tiene la mejor propuesta para proteger a las fuerzas de seguridad y otorgar mayores herramientas para el combate al crimen organizado.

Es que en ese plano también hubo cambios importantes. Si bien no hay niveles en las tasas de homicidio de Ecuador o de Perú, el Informe nacional de víctimas de homicidios consumados en Chile de 2024 reveló una tasa de 6,0 por cada 100.000 habitantes, el doble que hace 10 años. Los crímenes de alto perfil se combinan con la problemática migratoria, teniendo en consideración que muchos sectores políticos y sociales vinculan este aumento de la criminalidad con el ingreso al país de organizaciones delictivas extranjeras.

El caso de los migrantes venezolanos es importante para entender por qué los candidatos hablan tanto del Tren de Aragua y por qué la situación política en Venezuela y las opiniones sobre el gobierno de Maduro son un tema de política interna de Chile. El censo de 2022 en Argentina arrojó que cerca de 200.000 venezolanos viven en nuestro país. En Chile, según los datos que se releven, esa cifra se duplica o hasta triplica, en un país que tiene menos de 20 millones de habitantes.

En este sentido es que la derecha chilena lleva la delantera. Todos los sondeos indican que Jara pierde con cualquiera que pase a la segunda vuelta con ella, en parte por lo que se dijo al principio: la búsqueda del equilibrio en el discurso del oficialismo se dificulta cuando la conducción del Partido Comunista defiende al gobierno de Maduro más allá de los desmarques de la candidata. Cuando la seguridad y la migración son los temas de debate, ahí es donde los conservadores se sienten más cómodos.

Sin embargo, nada está dicho. Es posible ver desde acá, y luego de conversar con amigos y conocidos residentes en Chile, que la ciudadanía muestra algunos niveles de apatía con respecto a la clase política acomodada. Es en ese marco que Jara tiene una ventaja sobre sus contrincantes, todos “cuicos” con apellidos anglosajones.

Las elecciones chilenas serán clave para comprender dos procesos bien actuales. El primero tiene que ver con la realidad latinoamericana, donde la seguridad ocupa el centro de la discusión y la región se debate en cómo enfrentar un contexto de profunda fragmentación y ofensiva política y narrativa por parte del gobierno de Estados Unidos, que apuntala a los sectores conservadores de cada país. Pero también servirán para terminar de cerrar el círculo que se abrió en 2019, una revuelta que mostraba descontento y rebelión, pero que por abajo cocinaba temor y rechazo al desorden y al cambio profundo.

Quien se muestre como agente del orden y no del caos, como sucedió en otras latitudes, posiblemente sea el mejor posicionado -o posicionada- para ocupar el Palacio de la Moneda desde 2026 hasta el final de esta década.

 

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